lunes, 13 de agosto de 2007

...vi la edad de un monte

Día uno

Hoy fuimos a un lugar que se llama Mininoma, a 15 minutos de Metla. A pesar de haber sufrido la noche más fría de mi vida y haber extrañado tan fervientemente un poco de ese calorcito en mi casa, entre mi familia; me recuperé para el desayuno. Yo mismo preparé para 20 personas más. Por cierto me quedó delicioso. Los siguientes días le tocará a un equipo distinto diariamente y cada quién tiene que pensar en algo nuevo. El huevo en salsa será difícil de superar. A pesar de lo rendidor, se acabó todito.

Comenzamos el recorrido y mis ojos estaban más que inquietos, perdidos entre hojas brillantes lubricadas por agua congelada que reflejaba el destello del sol más intenso que se abría paso entre viento de dos grados al amanecer. Entre riachuelos que nos hacían cruzar con mucha precaución por peligro a atascar la camioneta, llegamos por fin y comenzamos las encuestas. No puedo describir cosas que sólo tengo en la memoria y atoradas entre el cogote; por que sólo mi corazón pudo sentir ese México que existe; ese mundo que vive sin necesidad de que lo conozcan, pero al mismo tiempo muere por falta de atención.

También vi la edad de un monte y probé, el mismo día, un chapuzón en la poza más helada que jamás había sentido. Es realmente soberbia la vista. Por todas partes, los parajes no cansaban mis pies a pesar de ser kilómetros entre pura montaña con pendientes casi verticales que hacían a los caminos zigzaguear para hacer más fácil el descenso. Y entre el frío, hojas, belleza, tristeza, magnificencia y vida aprendo una lección que entre aulas jamás podría. Ahora se a qué se refería Alberto Cortez cuando cantó que su aprendizaje iba bien hasta que entró al colegio. Y el colegio no tiene la culpa, sino aquellos que se ponen una guía en los ojos, como la de los caballos, que les permiten ver en una sola dirección cuando hay tantos matices alrededor. No existe una guía para el conocimiento. Éste se mueve en todas direcciones.

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