lunes, 13 de agosto de 2007

No estaba preparado para Metlatónoc

Nada me anticipaba lo que iba a ver. Algunos mensajes entre comentarios simples y ver la cantidad de cobijas que los demás llevaban me decían que no estaba preparado. Eso era todo lo que sabía de mi próximo viaje a Metlatónoc. Si me hubieran mostrado un mapa lo hubiera señalado en cualquier lugar y, aunque hubiera sido correcto, ahora se que no tenía la menor idea de que iba a cambiar mi vida como lo hizo. No tenía idea de las cosas que puedo ver en este mundo hasta que las viví.

El viaje, me explicaron, tenía como principal objetivo ponernos a órdenes de la Fundación Antonio Rivera Venegas. Esta fundación, posible gracias al grupo FEMSA, que es mejor reconocido por ser dueño de la embotelladora de Coca-Cola en Cuernavaca; había considerado esta región una de las tres más necesitadas en todo el país y, sin más, decidió actuar llevando lo antes posible gente que se involucrara con las necesidades del municipio. El objetivo particular era realizar un censo de todos los niños en la comunidad y obtener también fotografías de ellos. Posteriormente se realizaría un álbum para que un patronato posibilitara apadrinar a algunos de ellos.

Llegando a Cuautla se compraron los boletos de autobús para la mayoría de mis compañeros rumbo a Tlapa, municipio de Guerrero. El profe, pequeño Juan y yo viajamos en el Jeep de la fundación. El viaje, un tanto tedioso, entre caminos que apenas si se pintaban (son los caminos del sur) a fin de cuentas nos llevaron al encuentro de Melo, estudiante del Tec que pasó un semestre allá. Ese fue mi primer indicio de que esto valdría la pena. Convencer a alguien de dejar todo lo que tiene en la cómoda ciudad de Cuernavaca para entregar su tiempo y esfuerzo por seis meses en la sierra no sería producto de un lugar cualquiera. Este destino tenía que tener algo de magia.

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