lunes, 13 de agosto de 2007

...nada me sorprende tanto como verlos sentados, esperando nada

Día tres


Anoche, el efecto del saltapa’tras me tuvo sin tanto frío hasta eso de las 2:30, hora en que despierto congelado estuve pensando en la vida de la mayoría de los campesinos. Viven una economía completamente estancada que parece dormida en la falta de necesidad. Hay tantas casas abandonadas. Humildes y abandonadas.

Pienso que a veces es bueno saber que careces de algo. Ellos saben que su casa está construida en condiciones precarias, que les falta maíz, por que 10 litros no les rinden pa’l maíz que su familia consume en un año; que los pies tienen frío de décadas y que cada vez menos pueden resistir las enfermedades. Lo que no saben es que lo único que realmente les falta es esa alma inquieta que mueve montañas.

Inmerso en valores que no son los míos, nada me sorprende tanto como verlos sentados, esperando nada, con el corazón lleno, la panza vacía y las ganas rotas. En su mirada tímida e inocente no se ve sólo la renuencia de aceptar a un extraño o la ansiedad de ser ayudados por cualquiera que llegue con la pinta de enviado del gobierno; se ve también la tranquilidad del conformismo. El haber visto morir a sus hijos no los hace levantarse por un médico y es por lo que parecen en paz, en una paz que parece eterna. Por eso “creo en el movimiento”

Pasó un muertito. Envuelto en sábanas. En hombros. Probablemente sus familiares los que lo acompañan. Nadie se veía fatigado, ni inconforme, ni triste. Lo estaba más yo. Preguntando supe que murió de diarrea. ¿Diarrea? Yo le agregaría en su acta de defunción desinterés y el absurdo de la injusticia.

Me pongo triste de ver tanta tristeza, pero a la vez comprendo un poco aquella frase de “vive y deja vivir” yo la completaría con un “vive, deja vivir, ayuda no dejes morir”.

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